Cuando caminamos no pensamos en cómo pisamos. Sin embargo, en menos de un segundo se activa un proceso complejo que no se queda en el pie, sino que puede afectar a todo el cuerpo.
Ese gesto automático pone en marcha una cadena de movimientos que involucra al:
- pie
- tobillo
- rodilla
- cadera
- espalda
Por eso, una mala pisada acaba provocando dolor más allá del pie.
Pisar no es un gesto, es un proceso
Uno de los errores más comunes es pensar que pisar consiste únicamente en apoyar el pie en el suelo. En realidad, pisar es un proceso, no un gesto aislado.
Desde que el pie toca el suelo hasta que se despega para dar el siguiente paso, el cuerpo debe:
- absorber impacto
- mantener el equilibrio
- soportar el peso corporal
- preparar el impulso
Todo esto ocurre en una fracción de segundo, pero se repite cientos o miles de veces al día. Ahí es donde una mala pisada empieza a marcar la diferencia.
El impacto inicial no es el único problema
Cuando se habla de pisada, muchas veces se pone el foco únicamente en el impacto del talón. Sin embargo, el impacto inicial es solo una parte del problema.
Si después del contacto con el suelo no hay:
- buena estabilidad
- control del movimiento
- correcta alineación
el cuerpo compensa, y esas compensaciones suelen manifestarse en forma de dolor de rodilla, cadera o espalda.
Estabilidad y amortiguación: el equilibrio necesario
A menudo se busca una zapatilla “muy amortiguada” pensando que eso resolverá el problema. Pero la amortiguación por sí sola no es suficiente.
- Demasiada blandura puede generar inestabilidad
- Demasiada rigidez puede transmitir el impacto
Por eso, la estabilidad es tan importante como la amortiguación cuando hablamos de pisada y salud articular.
Cómo una mala pisada acaba afectando a todo el cuerpo
El cuerpo funciona como una cadena. Cuando un eslabón falla, otro compensa. En consecuencia, una mala pisada puede terminar provocando:
- dolor de rodilla sin lesión clara
- sobrecarga en la cadera
- molestias en la espalda