Cuando hablamos de pisada, solemos centrarnos en el pie o en la rodilla. Sin embargo, entre ambos hay una articulación clave que a menudo pasa desapercibida: el tobillo.
El tobillo necesita moverse… pero no demasiado.
Si no se mueve, el impacto sube.
Si se mueve demasiado, todo se descoloca.
Movilidad y estabilidad: las dos funciones del tobillo
El tobillo no es solo una articulación que se flexiona al caminar. En realidad, tiene dos funciones esenciales:
- Movilidad: permite que el pie se adapte al suelo y absorber irregularidades.
- Estabilidad: controla el movimiento y mantiene alineado el cuerpo cuando soporta el peso.
Ambas funciones son necesarias. El problema aparece cuando aparecen desequilibrios entre ambas funciones.
Cuando hay mucha movilidad y poca estabilidad
Este escenario es muy común en personas con tobillos inestables o con una pisada poco controlada. En este caso, el tobillo se mueve más de lo necesario, pierde capacidad de control, por lo que el cuerpo busca estabilidad en la rodilla.
Consecuencias habituales
- Sensación de inestabilidad al caminar
- Sobrecarga del tobillo
- Dolor interno de rodilla
La rodilla se ve obligada a corregir un problema que no se origina en ella, aumentando la carga articular con cada paso.

Cuando hay mucha estabilidad pero poca movilidad
En el extremo contrario encontramos tobillos muy rígidos, con poca capacidad de adaptación. En este caso, el tobillo apenas se mueve, el impacto no se disipa adecuadamente, por lo que la fuerza sube hacia arriba.
Consecuencias habituales
- Sensación de rigidez al caminar
- Molestias generales de rodilla
- Sobrecarga en la cadera
Aquí el problema no es la inestabilidad, sino la falta de amortiguación natural.
Por qué la rodilla suele acabar doliendo
La rodilla no está diseñada para absorber impactos ni para corregir grandes desequilibrios. Su función principal es transmitir fuerzas, no compensarlas.
En consecuencia, cuando el tobillo no hace bien su trabajo la rodilla se ve obligada a compensar, aumentando la carga y apareciendo dolor.
El papel clave del calzado
El objetivo al elegir un calzado adecuado no es inmovilizar el tobillo, sino ayudarle a trabajar en equilibrio, combinando movilidad y estabilidad.
Unas buenas zapatillas deberían aportar control cuando el tobillo es inestable, limitar movimientos excesivos y favorecer una mejor alineación durante la pisada. Al mismo tiempo, conviene evitar calzados demasiado blandos, que incrementan la inestabilidad, y excesivamente rígidos, que no disipan bien el impacto y lo trasladan hacia arriba.
En definitiva, el calzado debe acompañar el movimiento natural del tobillo, no bloquearlo, permitiendo que se mueva lo necesario sin perder control.